LUNES: DE LA XXIV SEMANA DEL TIEMPO
ORDINARIO
1 corintios: 11, 17-26
Si hay divisiones entre ustedes, entonces ya no se reúnen
para celebrar la cena del señor.
Hermanos: Con
respecto a las reuniones de ustedes ciertamente no puedo alabarlas, porque les
hacen más daño que provecho. En efecto, he sabido que, cuando se reúnen en
asamblea, hay divisiones entre ustedes, y en parte lo creo. Es cierto que tiene
que haber divisiones, para que se ponga de manifiesto quiénes tienen verdadera
virtud.
De modo que,
cuando se reúnen en común, ya no es para comer la cena del Señor, porque cada
uno se adelanta a comer su propia cena, y mientras uno pasa hambre, el otro se
embriaga. ¿Acaso no tienen su propia casa para comer y beber? ¿O es que
desprecian a la asamblea de Dios y quieren avergonzar a los que son pobres?
¿Qué quieren que les diga? ¿Que los alabe? En esto no los alabo.
Porque yo
recibí del Señor lo mismo que les he transmitido: que el Señor Jesús, la noche
en que iba a ser entregado, tomó pan en sus manos, y pronunciando la acción de
gracias, lo partió y dijo: "Esto es mi cuerpo, que se entrega por ustedes.
Hagan esto en memoria mía".
Lo mismo hizo
con el cáliz después de cenar, diciendo: "Este cáliz es la nueva alianza
que se sella con mi sangre. Hagan esto en memoria mía siempre que beban de
él".
Por eso, cada
vez que ustedes comen de este pan y beben de este cáliz, proclaman la muerte
del Señor, hasta que vuelva.
Del salmo 39
Aquí estoy, Señor, para hacer tu voluntad.
Sacrificios y
ofrendas no quisiste, abriste, en cambio, mis oídos a tu voz. No exigiste
holocaustos por la culpa, así que dije: "Aquí estoy". R/.
En tus libros
se me ordena hacer tu voluntad; esto es, Señor, lo que deseo: tu ley en medio
de mi corazón. R/.
He anunciado
tu justicia en la gran asamblea; no he cenado mis labios, tú lo sabes, Señor.
R/.
Que se gocen
en ti y que se alegren todos los que te buscan. Cuantos quieren de ti la
salvación, repiten sin cesar: "¡Qué grande es Dios!". R/.
San Lucas: 7, 1-10
Ni en Israel he hallado una fe tan grande.
En aquel
tiempo, cuando Jesús terminó de hablar a la gente, entró en Cafarnaúm. Había
allí un oficial romano, que tenía enfermo y a punto de morir a un criado muy
querido. Cuando le dijeron que Jesús estaba en la ciudad, le envió a algunos de
los ancianos de los judíos para rogarle que viniera a curar a su criado. Ellos,
al acercarse a Jesús, le rogaban encarecidamente, diciendo: "Merece que le
concedas ese favor, pues quiere a nuestro pueblo y hasta nos ha construido una
sinagoga". Jesús se puso en marcha con ellos.
Cuando ya
estaba cerca de la casa, el oficial romano envió unos amigos a decirle:
"Señor, no te molestes, porque yo no soy digno de que tú entres en mi
casa; por eso ni siquiera me atreví a ir personalmente a verte. Basta con que
digas una sola palabra y mi criado quedará sano. Porque yo, aunque soy un
subalterno, tengo soldados bajo mis órdenes y le digo a uno: ¡Ve!, y va; a
otro. ¡Ven! , y viene; y a mi criado: ¡Haz esto!', y lo hace".
Al oír esto,
Jesús quedó lleno de admiración, y volviéndose hacia la gente que lo seguía,
dijo: "Yo les aseguro que ni en Israel he hallado una fe tan grande".
Los enviados regresaron a la casa y encontraron al criado perfectamente sano.
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