LECTURAS DEL
DIA JUEVES 19 ENERO 2017
II SEMANA
DEL TIEMPO ORDINARIO
HEBREOS:
7, 23-8, 6
Cristo se ofreció a sí mismo en sacrificio de una
vez para siempre.
Hermanos:
Durante la antigua alianza hubo muchos sacerdotes, porque la muerte les impedía
permanecer en su oficio. En cambio, Jesucristo tiene un sacerdocio eterno,
porque El permanece para siempre. De ahí que sea capaz de salvar, para siempre,
a los que por su medio se acercan a Dios, ya que vive eternamente para
interceder por nosotros.
Ciertamente
que un sumo sacerdote como este era el que nos convenía: santo, inocente,
inmaculado, separado de los pecadores y elevado por encima de los cielos; que
no necesita, como los demás sacerdotes, ofrecer diariamente víctimas, primero
por sus pecados y después por los del pueblo, porque esto lo hizo de una vez
para siempre, ofreciéndose a sí mismo. Porque los sacerdotes constituidos por
la ley eran hombres llenos de fragilidades; pero el sacerdote constituido por
las palabras del juramento posterior a la ley, es el Hijo eternamente perfecto.
Ahora
bien, lo más importante de lo que estamos diciendo es que tenemos en Jesús a un
sumo sacerdote tan excelente, que está sentado a la derecha del trono de Dios
en el cielo, como ministro del santuario y del verdadero tabernáculo, levantado
por el Señor y no por los hombres.
Todo sumo
sacerdote es nombrado para que ofrezca dones y sacrificios; por eso era también
indispensable que Él tuviera algo que ofrecer. Si Él se hubiera quedado la
tierra, ni siquiera sería sacerdote, habiendo ya quienes ofrecieran los dones
prescritos por la ley. Pero estos son ministros de un culto que es figura y
sombra del culto celestial, según lo reveló Dios a Moisés, cuando le mandó que
construyera el tabernáculo: Mira, le dijo, lo harás todo según el modelo que te
mostré en el monte. En cambio, el ministerio de Cristo es tanto más excelente,
cuanto que Él es el mediador de una mejor alianza, fundada en mejores promesas.
SALMO 39
Sacrificios
y ofrendas no quisiste, abriste, en cambio, mis oídos a tu voz. No exigiste
holocaustos por la culpa, así que dije: "Aquí estoy". R/.
En tus
libros se me ordena hacer tu voluntad; esto es, Señor, lo que deseo: tu ley en
medio de mi corazón. R/.
He
anunciado tu justicia en la gran asamblea; no he cerrado mis labios, tú lo
sabes, Señor. R/.
Que se
gocen en ti y que se alegren todos los que te buscan. Cuantos quieren de ti la
salvación repiten sin cesar:
¡Qué grande es Dios!". R/.
SAN
MARCOS: 3, 7-12
Los
espíritus inmundos gritaban: "Tu eres el Hijo de Dios". Pero Jesús
les prohibía que lo manifestaran.
En
aquel tiempo, Jesús se retiró con sus discípulos a la orilla del mar, seguido
por una muchedumbre de galileos. Una gran multitud, procedente de Judea y
Jerusalén, de Idumea y Transjordania y de la parte de Tiro y Sidón, habiendo
tenido noticias de lo que Jesús hacía, se trasladó a donde Él estaba.
Entonces rogó
Jesús a sus discípulos que le consiguieran una barca para subir en ella, porque
era tanta la multitud, que estaba a punto de aplastarlo.
En efecto,
Jesús había curado a muchos, de manera que todos los que padecían algún mal, se
le echaban encima para tocarlo. Cuando los poseídos por espíritus inmundos lo
veían, se echaban a sus pies y gritaban: “Tú eres el Hijo de Dios". Pero
Jesús les prohibía que lo manifestaran.
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